Un reporte de la NASA, “Severe Space Weather Events—Societal and Economic Impacts”, indica que tanto los sistemas eléctricos, la navegación GPS, el transporte áerero, los sistemas financieros y las comunicaciones de emergencia por radio serían interrumpidos. El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo: El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para operar a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas, resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes del Sol. El segundo problema es la interdependencia de estas centrales con los sistemas básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro de agua, tratamiento de aguas residuales, transporte de alimentos y mercancías, mercados financieros, red de telecomunicaciones… Muchos aspectos cruciales de nuestra existencia dependen de que no falle el suministro de energía eléctrica.
Ni agua ni transporte: irónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los desastres naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas y tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de desarrollo. Lo primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los pisos superiores de los edificios. Todos los demás tardarían un día en quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se consumiera la de las tuberías, sería imposible bombearla desde pantanos y depósitos. También dejaría de haber transporte eléctrico. Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de personas, y estrangularía una de las principales vías de suministro de alimentos y mercancías a las grandes ciudades.
Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando servicio durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a la medicina moderna. Y la situación, además, no mejoraría durante meses, quizás años enteros, ya que los transformadores quemados no pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos. Y el número de transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva cerca de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un transformador eléctrico dura casi un año completo.
El informe calcula que lo mismo sucedería con los oleoductos de gas natural y combustible, que necesitan energía eléctrica para funcionar. Y en cuanto a las centrales de carbón, quemarían sus reservas de combustible en menos de treinta días. Unas reservas que, al estar paralizado el transporte por la falta de combustible, no podrían ser sustituidas. Y tampoco las centrales nucleares serían una solución, ya que están programadas para desconectarse automáticamente en cuanto se produzca una avería importante el las redes eléctricas y no volver a funcionar hasta que la electricidad se restablezca.
Sin calefacción ni refrigeración, la gente empezaría a morir en cuestión de días. Entre las primeras víctimas, todas aquellas personas cuya vida dependa de un tratamiento médico o del suministro regular de sustancias como la insulina.
¿Existen precedentes?
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta clase de súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le quepa duda de que esas embestidas se producen con cierta regularidad. Desde que somos capaces de realizar medidas, la peor tormenta solar de todos los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859. Conocida como «El evento Carrington», por el astrónomo británico que lo midió, causó el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos. Se sucedieron 9 días de severo clima espacial; auroras fueron vistas hasta en latitudes ecuatoriales; el evento fue descrito como “ la primera vez en la que el hombre comprobó que no estaba solo en el universo” y como “el nacimiento de la astronomía moderna”. En aquella época, la energía eléctrica apenas si empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si un hecho así sucediera en la actualidad. De hecho, y según el análisis de la NASA, millones de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir. En ese entonces fue solamente un espertáculo transceleste inigualable, o una experiencia mística para los observadores, hoy en día con nuestro andamiaje eléctrico esto podría ser una tragedia.
¿Qué podemos hacer en caso de que ocurriese algo así?
Es importante plantearse varios escenarios teniendo en cuenta que es posible que no haya electricidad. Si no hay electricidad no habrá luz, ni calefacción, ni gas, ni comunicaciones, ni electricidad para electrodomésticos y aparatos varios, no habrá agua ni comida. A partir de aquí, hay que plantearse la necesidad de adquirir comida y agua para poder sobrevivir, al menos, durante el tiempo que se restablezca el orden.
Recomendaciones:
1.- Estar al tanto de lo que ocurre con la actividad solar (Space Weather & Space Weather Prediction Center).
2.- Guardar comida en lata o conservas que caduque de 2 a 3 años vista, para varios meses hasta que se reestablezca el orden.
3.- Localizar agua potable o no, encontrar sistemas para purificarla. Otra manera es poder guardar el agua de lluvia en bidones, sobretodo si se vive fuera de la ciudad.
4.- Buscar sistemas de energía alternativos (solar, eólica, magnética, butano, etc.).
5.- Tener presente que las ciudades serán un caos, y por tanto será necesario salir de ellas e identificar lugares en el campo donde haya agricultura y agua para acudir y alojarse.
6.- Tener medios de transporte como bicicletas para poderse mover si no funcionan los coches.
7.- Investigar cómo proteger los aparatos eléctricos importantes y útiles creando cajas de Faraday bajo tierra, para cuando pase la tormenta.
8.- Equiparse con material de supervivencia básico.